Un almuerzo de remeros con Pierre-Auguste Renoir
Aline siempre ha tenido una debilidad por los cachorros, sobre todo cuando son pequeños y tiernos, a tal punto que para mimarlos tiene la manía de ponerlos encima de la mesa.
También Gustave, que está sentado al revés en la silla, del otro lado de la mesa, ama los cachorros, y probablemente también ama a Aline. La charla de las personas que están a su lado, Angèle y Antonio, no le interesa: su mirada está cautivada por el rostro persuasivo de la chica, acentuado por las formas y los colores de las bellísimas flores en equilibrio en el borde del sombrero de paja.
Al lado de Aline, en un segundo plano, con un sombrero panamá en la cabeza, está el señor Fournoise, dueño del local. Apoyado en el balaustre, mira en una dirección indefinida, ensimismado en sus pensamientos. Además, todavía no es el momento de recoger las mesas, las botellas de vino están llenas, la fruta todavía está a disposición y a los invitados les apetece charlar, incluso a los que están más lejos: Alphonsine, Pierre, Paul, Jules…
En definitiva, no hay dudas, es una espléndida mañana, se está a gusto en la frescura debajo del toldo, bebiendo y comiendo rodeados por la naturaleza floreciente, mientras en el fondo alguien navega.
El Auberge de Père Fournoise es un local de moda, visitado no solo por los remeros, que durante el día navegan por las aguas del Sena, sino también por el París bohemio que busca esparcimiento lejos de la ciudad.
A los catorce invitados los une una amistad común, Jean Renoir, el autor del cuadro, que les ha pedido posar para una rápida pintura impresionista. En un mundo perfecto, Renoir habría contratado modelos, pero, ya lo saben todos, los pintores como él tienen poco dinero, y no aman las poses artificiales: prefieren las situaciones salpicadas de pequeñas imperfecciones que dan vida a sus sujetos.
Es, probablemente, este interés por la realidad que, unido a un marco algo inclinado y una gran atención a los juegos de luz, brinda al cuadro un estilo fotográfico. Con sus pinceladas ligeras y filamentosas, descuidadas solo en apariencia, pero siempre atentas al equilibrio entre los contrastes cromáticos, Renoir captura la fugacidad de un momento de la vida vivida: un almuerzo íntimo, entre amigos que aman la buena vida, transcurrida bajo la protección de un toldo, en la armonía de luces, colores y pasiones para recordar por siempre.
Pierre-Auguste Renoir, El almuerzo de los remeros, 1880-1882, óleo sobre lienzo, 129,5 x 172,5, Phillips Collection, Washington