En el mar con Giovanni Fattori y Silvestro Lega
Hace mucho calor, es casi mediodía y el sol arde sobre los escollos. La piscina de agua salada, que se llena cuando sopla el viento y las olas son altas, ahora bulle. En el fondo el mar de Livorno es calmo, ni siquiera una onda, ni una sola cresta blanca. Silvestro Lega está concentrado, sus ojos contemplan la bahía, y vuelven, acompañados por el pincel, al cuadro que pinta desde hace unos días. Cómo hace para estar cómodo, es un misterio, debe haber encontrado su roca, la que parece estar allí solo para recibir la inspiración del pintor. Probablemente encontrarla le haya llevado un poco de tiempo, moviéndose en equilibrio de un escollo al otro. Luego, tomó su sombrilla, la fijó perfectamente en una grieta y se sentó, sacó a relucir tabla, paleta y pincel.
Fattori, el autor de esta pintura, debe haber hecho lo mismo. Quizás también él, como el amigo Lega, fue en busca de su roca y se sentó al reparo del sol intenso, en la misma posición, con pincel, paleta y tabla sobre las rodillas. Sin embargo, decidió pintar otro paisaje, no la bahía, sino los escollos que dan sobre el mar abierto, en cuyo centro, aparece, como elemento singular, la figura del amigo. Observando atentamente, el suyo es un paisaje en el paisaje: el acantilado que lentamente emerge de las pinceladas de Lega rodeado por el acantilado real, el que ve directamente con sus ojos. Esta matrioska de vistas debe haberlo fascinado, quizás porque en la posición del amigo se reconoció a sí mismo.
Ambos decidieron salir del taller para pintar al aire libre. Desean ver al sujeto de sus cuadros en primera persona, con los ojos de la experiencia real, no de la imaginación. Las hazañas de héroes y las grandes narraciones no estimulan su interés, prefieren mostrar la vida de todos los días, formada por paisajes ordinarios y pequeños gestos que, sin la pintura, se hubieran olvidado. Este deseo de realidad es tan intenso que Fattori lo expresa incluso en la forma de pintar. A las preguntas sobre el funcionamiento de la visión, a las dudas sobre la manera en la que percibimos el mundo, él responde pintando sin contornos, para encomendar toda la intensidad del relato pictórico a las manchas de color. El resultado es una representación activa, particularmente eficaz por el contraste entre las tonalidades del paisaje, la silueta negra de Lega y el blanco enceguecedor de la sombrilla.
Hace mucho calor, no solo porque es casi mediodía y el sol arde sobre los acantilados, sino también porque vemos a Lega vestido de punta en blanco, con un bonito sombrero. Es evidente, se trata de una realidad que pertenece a otro tiempo, el tiempo de la elegancia que no pierde su encanto nunca, ni siquiera ante la amenaza de un verano asolador. Para no interrumpir la calma del pintor, es fundamental la sombrilla, que bien abierta protege su concentración. Si Lega hubiese vivido en la actualidad, no se hubiera atrevido con los escollos. Hubiera preferido estar más cómodo, en la terraza, donde hay espacio para el caballete y el tiempo para beber un trago, quizás a la sombra de una vela de sombra Corradi.